En la región amazónica ubicada entre los ríos Caquetá y Putumayo se desarrolló una activa explotación del caucho. La principal agencia comercial fue la empresa de Julio César Arana, fundada en 1903 por él y sus hermanos y cuñados. La empresa se asoció más tarde con capitales británicos, constituyéndose en Londres en 1907 la Compañía Limitada Amazónica Peruana. Si bien ello dotó a la firma de mayores recursos de capital y mejores contactos financieros en Europa, también provocó que el Gobierno inglés fijara más los ojos en las actividades de la compañía en el Amazonas. Fue fruto de este interés y de las denuncias que se propalaban que este Gobierno, decidió enviar en 1910 al cónsul británico en Río de Janeiro, Roger Casement, a inspeccionar las condiciones en que operaba la compañía presidida por Arana y a la cual ya se habían incorporado varios directores ingleses. Ubicada en una región en disputa entre Perú y Colombia, la zona del Putumayo se hallaba prácticamente desamparada de cualquier control estatal, y al solo gobierno de la compañía manejada por Arana.
En campamentos bautizados con nombres apocalípticos y renacentistas, como último Retiro, Matanzas, Atenas o Abisinia, ciudadanos peruanos y súbditos británicos (también hombres de Barbados, llevados ahí como capataces por los ingleses) cometieron atrocidades apenas imaginables. El texto que sigue es un fragmento tomado del informe al Parlamento británico entregado por Roger Casement en marzo de 1911:
"Antes de que mi visita finalizara, más de un agente peruano admitió que había continuamente azotado a los índigenas, y acusó con el nombre a más de uno de sus compañeros agentes de haber cometido peores crímenes. En muchos casos, el trabajador indígena del caucho, que sabía aproximadamente la cantidad de caucho que se esperaba de él, cuando llevaba su carga para ser pesada, viendo que la aguja de la balanza no llegaba al lugar requerido, se tiraba boca abajo en el suelo y en esa postura esperaba el inevitable latigazo [...].
Cuando visité la región cité el testimonio de este hombre, que estaba en mi poder, como la evidencia del mismo y fue ampliamente confirmado por uno de los súbditos británicos que examiné, quien estaba acusado de la flagelación de una joven indígena, a quien el hombre al que me refieron mató después, cuando, luego de la flagelación, su espalda se pudrió de tal manera que estaba 'llena de gusanos' [...]. Los indígenas eran azotados no solamente debido a una disminución de caucho, sino también, y aun más cruelmente, si se atrevían a escapar de sus casas para fugarse a una región distante y librarse juntos de los trabajos que les habían impuesto. Si los fugitivos venían capturados, se los torturaba hasta darles muerte mediante los brutales azotes, ya que la fuga era considerada como una ofensa capital. Se organizaban expediciones cuidadosamente planeados para seguir la pista y recuperar a los fugitivos por más lejanos que se encuentren. El territorio fuera de discusión de la vecina República de Colombia, ubicado al norte del río Japura (o Caquetá), era violado una y otra vez durante estas persecuciones, y los individuos capturados no eran solamente indígenas".
El Cónsul británico Roger Casement
Roger Casement y algunos de los indígenas maltrados
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